Pasaban los meses y no me devolvía el libro.
—Güelita, ¿qué tal el libro?
—Ay, muy guapo, nena. ¡Qué historias más prestosas!
—Pero ¿lo estás leyendo?
—Sí, sí, pero voy despacín.
Y así varias veces, hasta que un día:
—Güelita, pero si te está gustando, ¿cómo no terminas el libro?
Y después de darme varias vueltas, me lo dice.
—Es que no veo, nena. Me bailan las letras.
—Güelitaaaa pero ¿cómo no me lo dices? Yo no puedo cuidarte si no me ayudas a hacerlo. Venga, que esta semana vamos a la óptica.
*
Y ayer llego a verla, y me la encuentro así. Sólo necesitaba gafas nuevas. Nada más.
Qué sencillo puede ser ayudar a nuestros mayores, y qué difícil a su vez. Por mucho que tratemos de ‘estar’, siempre hay algo que se escapa, algo a lo que es imposible llegar, por eso yo siempre le pido su ayuda con un «Güelita, ¿Qué necesitas?». Y soy un poco brasas para asegurarme de que no me miente ‘por no molestar’.
No hay mayor placer para mí que cuidar de ella. No hay mayor placer para mí que vivirla y disfrutarla cada día.
*
Querida @jessicagomez_al , que dice mi abuela que, aunque ahora no ve las letras dobles, sigue leyendo despacio porque le da pena acabarlo. Te apuesto unos churros a que quedé sin libro.


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